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Sigue  impresionando  la  reflexión agónica de Laín Entralgo cuando se preguntaba: “¿Qué va a ser de España? ¿se producirá en ella una paulatina desintegración? ¿Se alcanzará la realidad de una nueva y más satisfactoria convivencia?”. Y a la vez sigue emocionando el vibrante poema de Madariaga en el que refiriéndose a España en un coloquio imaginario con ella, se llena de  nostalgia  respecto  a  su  unidad creadora, evocando las esencias ocultas de la Patria (“la que huele a tomillo y a romero”) vagando por Santillana del Mar, los montes vascos, las riberas del Segre, las huertas de Valencia, las torres de Salamanca, Sevilla, etc., etc. Esa España, gran nación, que ha sido durante más de mil años algo más que una Nación; ha sido una cultura entera que traspasa siglos y continentes, la única universal –con la anglosajona- que aún perdura. Y en esa unidad, conviven diversas tierras, costumbres e historias que la enriquecen con sus aportaciones al todo. Una de esas tierras es Navarra. Como dijo el Prof. Sagardoy en estas mismas páginas, “si hay algún Reino que pueda codearse de igual a igual, e incluso mirar un poco por encima, a  los  demás  Reinos  medievales, es  el  de Navarra. Tierra de acendradas costumbres, de  recia  personalidad, de  hondo sentimiento  de  identidad,  y  que  sin embargo ha sido un ejemplo de unidad- diversidad, al no excluir España de su identidad sino asimilarla dentro de su originalidad.” Bien  se  puede  comparar  a un centenario olivo: profundo en sus raíces y extenso en su ramaje. Muy local y profundamente universal.

Pero  hay  negros nubarrones  que amenazan la identidad de Navarra y, por ende,  la  unidad  de  España.  Como  dice Jaime Ignacio del Burgo, “El nacionalismo vasco    de    todo    signo,    moderado    o inmoderado, democrático o fundamentalista, pacífico o violento, ha reivindicado siempre como algo incuestionable que Navarra forma parte de una nación a la que impusieron el nombre de Euskadi o “reunión de todos los vascos”, palabra inventada por su fundador Sabino Arana,   que en los últimos tiempos han rebautizado  con  el  de  Euskal  Herria  o “tierra de habla vasca”. A lo largo de la historia, en más de mil años, jamás los navarros tuvieron  conciencia  de pertenecer a una supuesta comunidad euskalherriaca   porque   era   inexistente.

Cuando el Reino de Pamplona luchaba con francos y musulmanes, los territorios vascongados permanecieron totalmente al margen. Y cuando en 1542 se produce el destronamiento por Fernando el Católico de los Reyes de Navarra, Juan de Albret y Catalina de Foix, los vascongados son los primeros en invadir el solar navarro, bajo el mando del Duque de Alba, y, dicho sea de paso, después de la integración en Castilla, Navarra conservó sus fueros y privilegios.

Ya en tiempos posteriores, Navarra sigue conservando una identidad propia y diferenciada,    lo    mismo    con    la    Ley Paccionada de 1841, que con el Decreto- Ley de 4 de noviembre de 1925 (Primo de Rivera) que disuelve las Diputaciones, exceptuando a las que tenían un régimen privilegiado “hijo del concierto y de pactos antiguos”  como  fue  el  caso  de  la Diputación  Navarra.  Y  así,  en  1927,  se firma con el Estado el primer Convenio Económico, y más recientemente, tanto en las dos Repúblicas como en la Transición de 1978, Navarra ha conservado su identidad. Queda la malhadada Disposición Transitoria 4ª de la Constitución (fruto del juego pactista en su elaboración) que establece una posibilidad de unión con el

País Vasco que ha dado y sigue dando alas al nacionalismo para intentar formar esa patria vasca soñada.  Y como bien ha dicho Vargas Llosa “no hay nacionalismos inofensivos”. El nacionalismo cierra, no abre; excluye, no une, da alas a la pasión anulando la razón; y en esa tesitura se pretende por todas las vías “vasconizar” Navarra. Y como ha ocurrido con otras autonomías se ha elegido, con mucha sabiduría, la vía educativa como el mejor cauce para lograrlo. Hay, en todos los terrenos, y el educativo es el buque insignia, una ofensiva en toda regla para que Navarra se integre en el País Vasco. Y si   eso   ocurriera,   entraríamos   en   una dinámica de notable peligro para la unidad de España, con consecuencias graves. Pensar en una España con separación de Cataluña y el País Vasco (con Navarra) supondría, entre otras cosas, la pérdida de un 20% de la población y casi un 30% del PIB. Y desde luego, una ruptura social y cultural a nivel español y un  descrédito ante Europa y el mundo de nefastas consecuencias.  De  ahí  la  importancia  de que Navarra conserve su independencia e identidad propias, sin perjuicio de las buenas relaciones, sobre todo económicas, que   ha   tenido   y   debe   tener   con   la Comunidad   Vasca,   pero   una  cosa   es  la relación de  hermandad, y otra, la de filiación.

Y con esta situación hemos llegado a las pasadas elecciones autonómicas donde, después de cuatro años de un Gobierno formado por Gbai,  Eh Bildu,  Podemos y I-E, tensionando la forma de entender nuestra convivencia y nuestra cultura, podemos decir que los navarros, en su gran mayoría, han dado un mensaje alto y claro: una Navarra autónoma fuera del País Vasco y dentro de España.   Así lo confirman los 199.184 votos que han conseguido Navarra+ (UPN, PP y C´s) y el PSOE de Navarra (PSN) consiguiendo 31 escaños (20 y 11 escaños respectivamente), frente a 137.844 votos del resto de fuerzas donde se encuentran Gbai,  Eh  Bildu,  Podemos  y  I-E,  con  un total de 19 escaños.

Aparentemente, Navarra con estos resultados respira  tranquila  al encontrarse   con   ella   misma,   con   su propia singularidad, para continuar centrada en sus propias preocupaciones y legítimas aspiraciones, trabajando, prosperando, y siendo el modelo a seguir en solidaridad y convergencia en niveles de renta.

Pero no!. Parece haber intentos de que a través de coaliciones postelectorales no se refleje lo expresado en las urnas de manera evidente. En otras circunstancias, hasta   podríamos   llegar   a   entenderlo, pero en la situación actual de España, puesta en cuestión en una parte de Cataluña y con un País Vasco a la espera, no se puede comprender que los partidos constitucionalistas no sean capaces de pactar en Navarra.

Estamos en una encrucijada histórica, y no podemos callarnos.  Somos sociedad civil y tenemos responsabilidades, y hoy más       que       nunca       tenemos la responsabilidad de llamar al pan “pan” y al vino “vino”: nunca entenderíamos que el PP o   C´s, tan preocupados con la unidad de España, no fueran capaces de facilitar  con  su  abstención  el  Gobierno del Sr. Sánchez, evitando con ello   la tentación de  hacerlo  con  los nacionalistas, y por supuesto, nunca comprenderíamos que el PSOE no fuera capaz  de  facilitar  un  gobierno  de Navarra+ o de coalición de Navarra+ con el Partido Socialista de Navarra.

De no hacerlo, simplemente, los  partidos nacionales constitucionalistas habrían perdido la oportunidad de inaugurar una nueva era política en nuestro país, en la que la gobernabilidad del Estado no volviera a estar en manos de partidos nacionalistas y menos todavía secesionistas. Hemos  ganado  una posición encomiable en Europa  y en el mundo tanto en el orden social como económico, con un esfuerzo y sentido de la solidaridad envidiable y no estamos dispuestos a perderla.

Como la sociedad civil debe tener voz y presencia, un conjunto de navarros en Madrid constituimos ya hace años el Círculo de Navarra, que trata de defender todos los valores propios de Navarra y su promoción socio-económica. No tenemos más medios que nuestra fe, nuestro trabajo y nuestro amor a Navarra y a España. Esa Navarra, en palabras de Jesús Tanco, que ha sabido integrar culturas, salvaguardar costumbres y proteger sus intereses. Vamos a luchar por su identidad.

Junta Directiva del Círculo de Navarra.